Uno de los momentos más difíciles y dolorosos fue aquel donde, sin el más mínimo tacto, te dicen: «Sí, tu papá tiene Alzheimer!»
Esa sensación de que te desplomas como una torre de cartas, con el pecho oprimido y pensando mil cosas a la vez, sola en una banca del hospital, pero tienes que seguir caminando entre la gente como si nada estuviera pasando y luego pensar cómo explicarlo.
Sé que muchas personas diariamente reciben diagnósticos muy difíciles cada día, la realidad de cada uno es diferente y la forma de afrontarlo también.
Para los familiares de las personas con Alzheimer, es iniciar un camino desconocido: no tienes idea de qué es, cómo ayudar, qué esperar de esta enfermedad… y lo más duro es saber que no puedes hacer nada por curarlo.
En mi caso, cuando empecé a ver ciertas señales en el comportamiento de papi, me empecé a preocupar y entonces decidí investigar a qué podían corresponder esos comportamientos.
Los olvidos frecuentes, repetir lo mismo una y otra vez, cambios de humor, la apatía por hacer cosas, el aislarse, la pérdida de interés por cosas que antes era importantes… eran señales no tan notorias, pero que yo veía en sus gestos.
Lo primero que leí en Internet era que las primeras señales de Alzheimer se parecían mucho a lo que estaba viendo en él, pero obviamente, como todo buscador de Google, decidí dejar ese diagnóstico como última opción y seguir buscando otros panoramas más alentadores, y no irme de trágica a pensar lo peor. Pero ya la espinita estaba clavada.
Gracias a Dios que podíamos pagar una consulta en la medicina privada para apresurar el diagnóstico; iniciaron las citas, exámenes y segundas opiniones. Gracias a Dios aún más porque la Caja Costarricense de Seguro Social existe, y con la ayuda de la Clínica de la Memoria del Hospital Blanco Cervantes se terminaron de realizar los exámenes y diagnósticos.
Para este momento ya habían pasado dos años, el deterioro era mayor, pero aún no era tan notorio para los demás. Sólo los que estábamos cerca lo notábamos.
El cambio en los pacientes de esta enfermedad es similar. Obviamente, cada persona es diferente, pero las similitudes entre ellos se va haciendo más grande a medida que la enfermedad avanza.
Poco a poco el deterioro se fue haciendo más notorio: sus facultades fueron mermando y, con la pandemia, se agudizó más. Aunque hicimos todo por cuidarlo (mi mamá abnegada lo chineaba como un rey, todos tratamos de darle lo mejor cada día), hace dos meses está disfrutando con nuestro Padre Celestial, donde no hay dolor, penas ni olvidos.
Hasta ahora logro referirme a este tema porque es muy difícil no sentir mi pecho oprimido, y mis lágrimas aún están a flor de piel, pero creo que todo esto que sufrimos debe tener un propósito.
Papi me inspiró e incentivó a escribir, a ser abogada y a tener mi revista para que esto colaborara con la sociedad de alguna manera. Hoy, que pienso en tantas personas que no están diagnosticadas, que están solas, que sus familias no entienden qué le pasa al abuelo o abuela, se me parte el corazón.
Es súper importante prestarle atención a nuestros adultos mayores, sus cambios de humor, su alimentación, si están con un debido tratamiento, etc.
Es muy difícil para los familiares ver como aquella persona que era alegre, autosuficiente, se convierte en un niño, que hay cuidar 24/7 y que ya no te reconoce porque vive en su propio mundo.
El duelo lo empiezas a vivir mucho antes de su partida física, y es un proceso lento y duro.
Cada familia afronta esto de la manera que puede, con las herramientas que puede y tratando de hacer lo mejor.
En nuestro país hay excelentes doctores y grupos de apoyo, pero falta mucho aún por hacer. Los que vivimos esto sabemos que no todos tienen la capacidad física, emocional ni económica para sobrellevar esta enfermedad.
Hay grupos de Facebook que son de gran apoyo cuando surgen dudas, o se necesita alguna cosa en particular. Estoy muy agradecida con ellos. La clínica de la memoria fue nuestra ayuda 24/7.
De igual manera estamos agradecidos con los médicos de medicina privada, el Dr. Alpízar y el Dr. Picado.
El Hospital México, que siempre ha sido maravilloso, incluso ese último día, no hay palabras para agradecer el trato tan humano de todo el personal y por el amor y calidez con que lo trataron, y cómo nos permitieron decirle adiós a mi papá sin ellos siquiera saber que él fue empleado de dicha institución por muchos años, y sin ningún contacto ni nada por el estilo. Simple mística con la que trabajan.
¿Por qué les comparto esto? Porque creo fielmente que Dios permite todas las cosas para bien, que aunque sea una enfermedad muy dura, hay enseñanzas en ese dolor; hay momentos de mucha dificultad, pero también de mucha satisfacción, en los que una mirada, un beso, el que te diga tu nombre y te recuerde dos segundos vale la pena todo el esfuerzo y el dolor.
Quienes pasaron por esto me entenderán; para los que inician este camino, mucha fuerza, agarrarse de Dios, no renegar, aprovechar su presencia; buscar un médico que los oriente, leer mucho sobre lo que se debe o no hacer.
Existen grupos de apoyo, que ayudan y orientan con charlas como Ascada.
Disfruten a sus familiares, ellos aún en ese estado entienden, perciben lo que pasa. Hay que darles un ambiente de paz, sin ruidos que los asusten ni alteren.
La música es maravillosa, es una de la terapias que más disfrutan. Las caminatas son otra de las cosas que aman, y son también las que uno más recuerda cuando se van. Existen terapias físicas y terapias psicológicas que el médico recomendará para cada caso en particular.
Estén atentos a las señales, disfruten de sus padres, abuelos, etc., cuiden esos tesoros y esos momentos en su corazón.
Como último consejo, hagan lo que el médico les indique, no recurran a medicinas caseras «milagrosas», ni cambien dosis sin autorización. Ellos pasan por diferentes etapas, hay que tener paciencia y confianza en el médico tratante y en Dios.
Para lo que les pueda servir pueden escribirme. Dios lo bendiga.
Debe estar conectado para enviar un comentario.